Cómo empezar a domar un caballo sin violencia
Lo primero que hacés marca todo lo que viene después
La doma no empieza cuando subís al caballo. Empieza mucho antes. Empieza cuando lo mirás, cuando te acercás, cuando extendés la mano y esperás que no se vaya. Ahí ya estás diciendo algo. Aunque no hables, aunque no tires de nada, aunque no montes. El caballo, que vive de interpretar señales, ya está aprendiendo quién sos.
Y lo que aprenda en esos primeros días, lo va a guardar para siempre.
Mucha gente cree que la doma es una cuestión de coraje. Que hay que “aguantar los corcoveos”, “dominar al potro” o “mostrarle quién manda”. Yo también lo creía. Durante años lo hice así. Hasta que un accidente me obligó a cambiar. Y ahí descubrí que había otra forma. Más lenta, quizás, pero mucho más efectiva. Una forma que no dejaba secuelas, ni en el caballo ni en uno.
El caballo no es terco, ni rebelde, ni bravo por naturaleza. Lo que suele estar es confundido, asustado o sobrepasado. Y cuando eso pasa, reacciona como lo haría cualquiera que no entiende qué se espera de él. Empuja, se escapa, se traba, se enoja. No porque quiera desafiarte, sino porque no sabe qué hacer con lo que le estás pidiendo.
Por eso, el inicio de la doma es tan importante. Porque es ahí donde el caballo decide si trabajar con vos va a ser una guerra o un acuerdo. Si tiene que defenderse o si puede confiar. Y eso no se logra con fuerza, ni con rapidez, ni con recetas. Se logra con claridad, con coherencia y con paciencia.
El primer contacto, la forma en que lo agarrás, el tono con el que lo llamás, cómo lo hacés entrar al box, cómo le enseñás a bajar la cabeza, a ceder, a dar las patas… todo eso enseña. Todo eso deja huella.
Y cuando esa base está bien hecha, el resto viene más fácil. Porque no estás entrenando sobre el miedo, sino sobre la confianza. El caballo no hace las cosas por obligación, sino porque entiende. Y cuando entiende, aprende.
Domar sin violencia no es ser blando. Es ser claro. Es saber cuándo avanzar y cuándo esperar. Es construir una relación donde el caballo no obedece por miedo, sino porque está dispuesto a seguirte.
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