
una vida con los caballos.
Enseño Doma Racional y disfruto del mundo del caballo desde hace 35 años.
Viví muchos años en Junín, donde desde muy chico trabajé como peón en el campo de mi padre. Mientras mis compañeros pasaban el verano de vacaciones, yo madrugaba para aprender el oficio rural y estudiaba a la tarde las materias que me habían quedado del colegio. Ahí, entre caballos y alambrados, se fue forjando mi vínculo con los animales. Aprendí a amansar con el sistema tradicional, con lo que me enseñaban los gauchos: cuanto más brusco, más hombre parecía uno. Durante años domé así, incluso monté en jineteadas por la zona.
Todo cambió el día que un caballo se cayó conmigo en una jineteada y me desplazó una vértebra. Estuve cerca de quedar paralítico. Después de una operación, el médico me prohibió seguir con ese sistema. Sentí que me cortaban las manos: no podía vivir sin los caballos. Así empecé a investigar. Compré videos, libros, estudié doma clásica, equitación, comportamiento animal. Mezclé todo eso con lo que me habían enseñado en el campo y, poco a poco, nació lo que más tarde llamé doma racional y sin violencia.
Doma racional
La doma racional no es una moda ni una pose: es una necesidad. Yo no cambié por convicción filosófica. Cambié por necesidad, por sobrevivir. Y en el camino descubrí algo mucho más profundo: que los caballos responden mejor al respeto que al castigo. Que un animal educado sin miedo es más seguro, más claro, más confiado. Que la paciencia —la ciencia de la paz— es más poderosa que cualquier palo. Así fui desarrollando un sistema paso a paso, sin atajos, en el que cada ejercicio tiene un sentido y una razón.
El sistema que enseño combina la lógica de la equitación, el lenguaje del caballo y la observación de su comportamiento. Trabajo desde el suelo hasta la monta avanzada, sin gritos, sin golpes y sin imposiciones. Enseño a leer las señales del animal, a usar bien el cuerpo y las ayudas, y a corregir sin retroceder. La doma racional es más rápida, más efectiva y más segura, porque se construye sobre una base de confianza real.
Con este sistema recorrí el país y el mundo: di más de 800 cursos en Argentina, Uruguay, Brasil, Paraguay, Chile, Colombia, Italia, Inglaterra y España. Trabajé con centros de equinoterapia, haras, clubes hípicos, equipos de polo, universidades y también con proyectos de conservación animal. Amansé cebras para un experimento científico, guanacos en la Patagonia y hasta antílopes. Me convocaron cartoneros, escuelas rurales, municipios y zoológicos. Lo que parecía un camino individual se convirtió en una red de transmisión, conciencia y transformación.