¿Es un vicio o una señal?

Cuando el problema no es el caballo, sino lo que no estamos viendo

Hay caballos que se amadrinan, que no entran al tráiler, que patean en el box o se niegan a dejarse agarrar. Caballos que corcovean, que retroceden cuando no deberían, que caminan al montar, que tragan aire o rompen sogas. A todo eso solemos llamarle “mañas” o “vicios”. Como si fueran costumbres caprichosas, comportamientos sin sentido que el caballo adopta porque sí.

Pero, ¿y si no fueran eso?

¿Y si lo que llamamos “vicio” fuera, en realidad, una forma de comunicar algo?
Una señal que no estamos sabiendo leer.

Ningún caballo nace con mañas. Las aprende. Las adopta como una forma de responder a algo que le resulta incómodo, confuso o doloroso. Un freno que le lastima, una presión constante que no entiende, una orden que no se condice con lo que su cuerpo puede hacer. A veces es miedo. Otras veces es memoria. Pero rara vez es un capricho.

El problema es que cuando no entendemos el origen del comportamiento, lo que hacemos es taparlo. Lo corregimos por la superficie. Le ponemos una manea, le gritamos, lo obligamos. Y eso, muchas veces, lo empeora. Porque lo que el caballo necesitaba no era más presión, sino más claridad. No era castigo: era comprensión.

La diferencia entre un caballo educado y uno lleno de mañas no siempre está en el carácter. Está en la historia. En cómo fue tratado, en qué se le pidió, en si se le dio el tiempo necesario para entender. Porque un caballo confundido o exigido antes de tiempo, responde como puede. Y si esa respuesta funciona —si logra zafarse, evitar algo o ganar algo— la repite. Así nace una maña.

Corregir un vicio sin entenderlo es como tapar una pérdida de agua con cinta: parece que funciona, pero el problema sigue ahí. En cambio, cuando vas al origen, cuando mirás más allá del comportamiento, podés realmente ayudar al caballo a cambiar.

Y eso no solo mejora la conducta. Mejora la relación.

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